Maestros de la filosofía 

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¿Cómo enseñar historia de la filosofía en el colegio? ¿Sirve de algo la enseñanza de la historia de la filosofía en nuestras escuelas? Los grandes filósofos del pasado son maestros en enseñarnos la valentía necesaria para pensar todo de nuevo.

Nietzsche distinguía tres formas de hacer historia que son aplicables también a la historia de la filosofía: la historia monumental, la historia de anticuario y la historia crítica.

La historia monumental le hace culto a los héroes del pasado.

La historia anticuaria venera hasta el más pequeño detalle de una tradición y una herencia.

La historia crítica formula interrogantes al pasado no sólo para entenderlo sino también para juzgarlo.

Cada uno de estas tres formas de relacionarse con el pasado tenían para Nietzsche sus ventajas y desventajas para la "vida", esto es, en el lenguaje del filósofo alemán, para la vitalidad y felicidad de pueblos e individuos.

Si aplicamos críticamente al siglo XXI las consideraciones formuladas en el siglo XIX por Nietzsche sobre los vicios y virtudes de cada tipo de historia, aplicándolas al caso de la historia de la filosofía, podemos sacar algunas conclusiones sobre cómo hacer una historia de la filosofía que realmente sirva a los individuos, a la sociedad y a la filosofía misma.

También podemos vislumbrar qué tipo de historia de la filosofía es apropiada en la escuela.

Nuestra relación con el pasado puede potenciar las acciones del presente e impulsar la vida más que la muerte, la creatividad más que la destrucción.

Esto ocurre también a nivel personal, pues a menudo nos echamos cuentos sobre nuestra propia historia que nos hacen daño o nos benefician.

Llámenos a estos beneficios o perjuicios, efectos "hermenéuticos" de los diferentes tipos de historia.

Por otro lado, algunas visiones del pasado orientan las acciones presentes hacia el crecimiento y la productividad o al mantenimiento de la fuerza y la supervivencia. Nos ayudan a tomar decisiones que nos hacen crecer.

Pero hay otras que nos debilitan y nos conducen a equivocarnos. Tienen efectos "pragmaticos".

Miremos qué ocurre en cada caso, con los tipos de historia enumerados por Nietzsche:

La historia monumental es la que celebra los grandes hombres y las grandes acciones.

Es una historia más enfocada en los efectos impactantes que en las causas profundas. Más en lo rotundo del acontecimiento y no tanto en la explicación pausada de sus lentos orígenes.

Es una historia ciega por ello a los procesos, que desprecia el aporte de las masas y de las acciones prosaicas y rutinarias y se concentra en resaltar los gestos dramáticos de figuras sobresalientes.

Es la historia de los héroes por supuesto, pero también es la historia de las grandes gestas y las creaciones inolvidables que opacan las obras y acciones de menor rango, que si bien son a menudo fundamentales para explicar los cambia históricos, no sirven de ejemplo para la acción valerosa del presente.

Hacemos historia monumental cuando preferimos contar la historia de Steve Jobs y no el lento proceso de surgimiento del Sillicon Valley.

La historia monumental sirve por ello de ejemplo para la grandeza y para animar las empresas creadoras y arriesgadas del presente.

Su problema es obvio: idealiza y desfigura el pasado convirtiéndolo en un mundo mítico insuperable. Siempre el presente parecerá pobre en comparación.

Cualquier atisbo de novedad actual será despreciado por mero contraste, generando desconfianza con respecto a cualquier posibilidad de superar las grandes creaciones del pasado.

La historia de anticuario es en cambio más justa con los modestos artífices del presente que nos precedieron.

También pone atención a los procesos de transformación gradual y desmonta el mito de la historia hecha a punta de milagros.

La historia de anticuario permite ver que la física moderna no es un milagro de Newton y su manzana sino un complejo proceso de transformación que remonta sus orígenes a la antigüedad y que aún continúa.

El problema de la historia de anticuario es que desdibuja las grandes rupturas y saltos. Nos hace olvidar la diferencia entre lo excelente, lo bueno, lo aceptable y lo mediocre.

Finalmente, la historia crítica nos permite tomar distancia del pasado y examinarlo. Gracias a ella no tenemos que tragarnos cualquier herencia ni tenemos que conservar lo que hoy nos obstaculiza la vida.

Pero su irreverencia puede arruinar el trabajo de siglos, destruir lo que en un tiempo fue admirable. Su error es arrastrarnos a juzgar anacrónicamente tiempos pasados con valores contemporáneos que no son universales.

¿Y la historia de la filosofía?

La historia monumental es la forma más corriente de hacer historia de la filosofía.

Para la mayoría, la historia de la filosofía ni siquiera es una historia de ideas o teorías sino una historia de héroes filosóficos: personajes que se han destacado en el pasado por su atrevimiento y grandeza a la hora de pensar.

Así se la suele enseñar en el colegio.

El paradigma del filósofo de este tipo de historia de la filosofía es Sócrates: el filósofo mártir.

Todos los demás son humildes seguidores de una fe que solo se prueba con grandes obras: entre más imponente, voluminosa y compleja, mejor.

La historia de los grandes filósofos es a la filosofía como la historia de los grandes gobernantes a la política: ejemplos insuperables que opacan las empresas presentes, siempre mediocres en comparación.

Según esta manera de hacer historia no hay quien supere a Napoleón. Ni nadie que piense como Hegel.

Su ventaja pragmática es que estimula la imaginación juvenil y hacer soñar a los filósofos jóvenes con la grandeza y la inmortalidad. Su gran desventaja hermenéutica es que desalienta al mismo tiempo todo esfuerzo presente por pensar nuevamente las cosas.

Pareciera que ya todo estuviera dicho y que nadie lo pudiera pensar mejor que los idealizados filósofos del pasado, frente a los cuales no somos más que enanos.

Solo nos queda gastar la vida entera tratando de subir a sus hombros para descubrir que no podemos ver más lejos, porque sus ojos son a fin de cuentas más grandes.

Los filósofos dejan así de ser humanos y se convierten en figuras semidivinas, dignas de culto y veneración.

Pero la veneración de estatuas no es agradable en sí misma.

Si las estatuas son valiosas es porque son un símbolo que nos conduce a algo superior.

Por eso vale la pena abandonar la historia monumental de la filosofía e intentar una historia más rica, con elementos de historia de anticuario y de historia crítica.

La historia crítica de la filosofía puede enseñarnos a ser injustos con el pasado pero nos puede enseñar a pensar, que es más importante.

Y la historia de anticuario, que practican los filósofos profesionales en los departamentos de filosofía de las universidades, nos puede enseñar que la historia de la filosofía es mucho más que sus milagros y sus genios.

También ha habido en el pasado pacientes cultivadores del pensamiento y no solo genios revolucionarios.

Sin embargo, y sobre todo, lo mejor es tomar distancia de la historia para hacer filosofía y pensar todo de nuevo.

Aquello que Nietzsche llamaba el espíritu ahistórico: hacerle injusticia al pasado para hacerle justicia al presente.

A veces es bueno olvidar y empezar de cero, como si fuera el primer día del mundo. Nacer.

Actuar sin cargas y volver a pensarlo todo con desprendimiento y sin ataduras.

Refrescar la mirada.

Sentir la admiración que dio origen a la filosofía y arriesgarse a pensar sin vergüenza.

Una clase así de filosofía estimularía mucho a los jóvenes.

Y los invitaría a ser productivos, creativos, innovadores.

Así que,  valga la paradoja -maravillosa paradoja, típica de filósofos-, ¿por qué no hacemos caso a una genial voz del pasado, la de Nietzcshe, y olvidamos todo lo que él dijo de la historia, para pensarlo nuevamente? 

Para eso nos sirven los maestros del pasado: para enseñarnos el valor de tomar riesgos, la valentía necesaria para pensar otra vez las cosas.

 

 

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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